La revolución cubana, con su largo medio siglo de vida, ha generado y genera interminables debates y controversias. ¿Los que la miraron con simpatía en la década del sesenta, si vivieran, mantendrían su adhesión?
La doctora Hilda Molina, después de apoyarla durante 35 años, decidió romper con Fidel Castro y su gobierno y denunciar las persecuciones, las mentiras, la explotación, la cárcel, los vejámenes, la corrupción y la pobreza imperante en la isla.
Resulta admirable la lucha emprendida por la Dra. Molina para alcanzar su sueño de ser médico (siempre lo escribe con “o”) y especializarse en neurocirugía; pero, de acuerdo a su testimonio, pagó un precio muy alto. Vivió una vida de extrema pobreza y sufrió maltrato psicológico, humillaciones y todo tipo de falta de consideración, más teniendo en cuenta el reconocimiento internacional alcanzado en su especialidad en la que es considerada una verdadera eminencia.
Primero se aseguró que su hijo –también médico- casado con una joven argentina, saliera de Cuba para participar en un congreso en Japón. Ella permaneció en el país con su madre e inició el definitivo alejamiento de la revolución que es sólo un régimen de control policial en el que impera en forma absoluta el pensamiento único y la menor disidencia es considerada traición.
Durante varios años Fidel visitó el centro de rehabilitación neurológica dirigido por la Dra. Molina y conversaba con ella largas horas. Evidentemente su interés trascendía lo científico. Sin embargo, nunca le expresó con claridad sus sentimientos, quizás presentía, por lo que le había ocurrido a otros, que lo rechazaría. Como mujer se negó a tener nuevas relaciones a partir de la separación del padre de su único hijo tras apenas dos años de matrimonio.
La autora explica que a ella la política no le interesa y no la entiende. No obstante, adhirió a una revolución que prometió erradicar la pobreza y hacer la felicidad del pueblo. Sin duda mejoró la educación, pero al precio de imponer dogmas ideológicos y también hubo adelantos en salud, aunque la mayoría de los cubanos no pueden disfrutar de ellos.
Llama la atención que una persona de la capacidad, formación y experiencia de esta científica, no brinde su visión sobre las distintas etapas de la economía de la isla, por ejemplo, y otros aspectos igualmente importantes.
Soslaya referirse a estos temas, centrándose fundamentalmente en la forma de gobernar a través de esbirros que se limitan a cumplir órdenes con total desprecio por las personas.
Después de la partida de su hijo y de romper con el régimen, brega, durante quince años -con ayuda de muchos organismos y gobiernos de otros países- para que le permitan viajar a la Argentina a reunirse con su hijo, nuera y nietos a los que no conoce.
Al fin lo logra, pero ha perdido valiosos años de vida, sin duda, irrecuperables. Quizás pudo salir de Cuba clandestinamente, pero de alguna manera se dio el gusto de torcerle el brazo a Fidel, ese hombre al que llegó a conocer y despreciar en forma absoluta.
Agradece al pueblo, a los medios y al gobierno argentinos los esfuerzos realizados para colaborar en su lucha contra lo que ella denomina “delito de lesa familia” al permitirle reunirse con sus seres queridos. Durante los tres lustros de sus incansables e innumerables gestiones vivió en Cuba en la mayor pobreza al extremo de depender de los envíos de sus familiares para sobrevivir junto a su madre ya muy anciana.
Una revolución que nos hace pensar que la verdadera traición no es la de quienes la abandonan sino la de quienes quieren seguir engañando al pueblo con promesas y logros que jamás van a cumplir ni alcanzar y además cercenando las más elementales libertades y con presos políticos.