Yo quise ser Don Quijote, no Cervantes. Ser Martín Fierro en lugar de José Hernández. A fuerza de hacerme a mí mismo, la certeza es sólo una: soy Carlos Menem y mis hechos me describirán algún día.
No hablo inglés, no hablo francés, ni me enseñaron a escandir versos en latín. Y sin embargo puedo explicar de qué forma restablecí relaciones diplomáticas con Gran Bretaña, cómo logré una asociación especial con los Estados Unidos y por qué me esforcé para que Europa mirara de nuevo hacia América del Sur.
Me dicen que Carlyle decía que toda obra es deleznable y que sólo su ejecución no lo es.
Con este libro quiero probar si eso es verdad.
Sé qué cosa es llorar por un amor deshecho o una amistad vendida, sé andar en todo lo que se mueve la Historia incluida y alguna vez dormí en la cárcel.
Las obras no son de los gobiernos ni de sus mandatarios. Perduran para los pueblos y ellos son sus custodios.
Tal vez haya muchas maneras de asumir los últimos diez años de historia argentina.
Lo cierto es que fue una obra vasta y plural, y que, como toda obra humana, está incompleta.
Estamos hechos de eternidad y el futuro es mi materia.
El tiempo transcurrido está ganado.
Aquí he nacido, aquí están mis mayores y está mi descendencia. El enorme
entusiasmo que tengo por continuar la tarea de colaborar con el país no se opacará jamás.
Marché por el camino señalado, edifiqué mi obra. Y conservo la fe.
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