A partir del golpe de 1976 el sanguinario Golem castrense se volvió contra su sorprendido creador eclesiástico: asesinó a obispos; secuestró, torturó y ejecutó a curas, seminaristas y laicos; prohibió ediciones de la Biblia y el catecismo; allanó colegios católicos y arrestó a sus docentes. Por primera vez se establece fuera de toda duda el conocimiento minucioso que el Episcopado siempre tuvo sobre la política de desaparición de personas de la dictadura. En parte por miedo y en parte por la ideología compartida de la seguridad nacional, la Conferencia Episcopal Argentina omitió denunciarla y confraternizó con los verdugos, mientras se negó a recibir a los familiares de las víctimas que, como el coro de la conciencia cotidiana, hicieron trágico contrapunto a las reuniones episcopales, cuyos secretos revela Verbitsky en estas páginas.
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